domingo, 18 de marzo de 2018

RESPONDER EN VEZ DE REACCIONAR



Con las familias con las que trabajo, no sólo en el centro de tratamiento de drogas, sino también en los cursos que imparto de reducción de estrés, les hago una pregunta: "cuando a tu hijo/a se le cae un vaso de agua al suelo y se moja todo, ¿qué suele pasar?". Lo que pasa en la  mayoría de los casos es que les reñimos, utilizamos frases como: “ya lo sabía, lo estaba viendo, al final ha pasado lo que tenía que pasar….” y numerosas frases similares con las que lo único que conseguimos es descargar rabia. Esto es reaccionar.

Si pensamos en el mismo escenario pero la manera de solucionar el conflicto es desde la calma, diciendo  a nuestros/as hijos/as, ”recogelo y ten más cuidado la próxima vez”, no sólo no estamos atacando a la autoestima, sino que les ayudamos a darse cuenta de cosas y a ser responsables de sus actos. Esto es responder.

La realidad es que si reaccionamos, quien termina limpiando el agua somos nosotros/as, si respondemos limpia el agua quien la ha tirado (responsabilidad), no adelantándonos a solucionar continuamente la cosas que van haciendo nuestros/as hijos/as. De esta manera dan más valor a las cosas y sobre todo les ayuda a ver que pueden cometer errores y que los pueden solucionar de  manera responsable.

Hay que tener cuidado en ir resolviendo continuamente los pequeños obstáculos que se van encontrando en su día a día.

La semana pasada vi a mi hija como quería dejar una cosa donde no llegaba y mi primer impulso fue totalmente reactivo e ir a colocárselo yo misma, pero por unos segundos pude parar, y sólo cuando ella no pudo pidió ayuda. Si se lo hubiera solucionado, mi hija no hubiera entendido que lo tenía que intentar y si realmente no puede, tiene la opción de pedir ayuda y de esta manera es ella quien resuelve el conflicto. Ayer volvió a suceder lo mismo y cogió una silla, se subió y lo colocó sin necesidad de pedir ayuda. Si yo hubiera reaccionado en la primera ocasión (colocando el objeto) seguramente mi hija hubiera abandonado y ni siquiera lo hubiera intentado. De esta manera les ayudamos a filtrar entre todas las posibles rutas de acción y elegir la mejor, respondiendo.

De la misma manera que aprendemos a caminar, desde los primeros pasos torpes y con continuas caídas hasta andar perfectamente en coordinación, así aprendemos a calibrar la intensidad de nuestras emociones.

Las personas que reaccionan tienen problemas para identificar y manejar sus propias emociones, y por otro lado las personas que responden  tienen una gran capacidad de entender sus propios estados emocionales y los estados de los demás, son personas con grandes niveles de reflexión. ¿A qué me refiero con la capacidad reflexiva? A pensar por ellos mismos, a poner nombre a cada emoción que sienten, a sus pensamientos y a como se comportan.

Afortunadamente en muchos colegios se está empezando a tomar conciencia de la importancia de la educación emocional. Es importante que desde pequeños se les pueda enseñar a los niños/as la importancia de las emociones para poderlas manejar, así llegarán a la adolescencia con una mayor conciencia de ellas. Saber ponerle nombre a las emociones desde pequeños evita muchos secuestros emocionales a medida que van creciendo. Les ayuda a entender y a manejar las situaciones con una mayor conciencia, a aceptar como se sienten sin la necesidad de querer cambiar nada, simplemente sintiendo.

En conversaciones que tengo con madres y padres les hago la pregunta que cuando ven  a sus hijos/as o a alguien llorar ¿qué es lo que hacen? En la gran mayoría aparece la "vena" protectora acompañada de la frase…”no llores”. Si hacemos esto no sólo decimos NO a la conducta, sino que decimos NO a las emociones del niño/as. La realidad es que si alguien tiene ganas de llorar hay que dejar que llore y si nuestros hijos/as quieren llorar hay que dejarlos llorar, respetar su momento e indicarles que si quieren hablar de lo que les pasa estamos ahí para escucharlos. No censuremos algo tan natural, acompañemos a nuestros/as hijos/as a que aprendan a poner nombre a las emociones y enseñemos como las pueden manejar, ofrecer modelos de autorregulación adecuados y favorecer la capacidad de reflexionar que el malestar les proporciona, es una tarea educativa que nos toca asumir.

Cuando era pequeña hubo un día donde lo único que quería hacer era llorar. Estaba en mi habitación, sola y entró una persona muy sabía y lo único que me dijo fue “si tienes ganas de llorar, llora”, saliendo de la habitación de una manera muy respetuosa. En ese momento pude entender que de la única manera en la que podía resolver lo que me pasaba en esos momentos era haciendo lo que mi cuerpo me estaba pidiendo sin reprimir, simplemente aceptando lo que en esos momentos sentía, tristeza.

Si hay algo común en todos los adolescentes con los que trabajo es la baja tolerancia a la frustración que tienen. La manera que tienen de reaccionar ante las cosas que no les salen como ellos quieren o cuando tienen un “NO” por respuesta ante sus numerosas demandas, es totalmente desproporcionada. En este sentido la educación en casa tiene un papel clave. La sobreprotección es el peor enemigo para nuestros hijos/as.

Cuando las cosas no les salen como ellos/as quieren, les surgen imprevistos u obtienen negación a sus peticiones....(entre otras) les resulta muy difícil autorregularse emocionalmente reaccionando con negativismo y de forma impulsiva.

Aprender a responder tiene más que ver con el aceptar que con rechazar aceptando que existen diferencias, desacuerdos y que habrá cosas que no gusten de los otros/as y de si mismos.
Como padres y madres en este sentido tenemos un bonito y complicado trabajo por delante, enseñarles desde pequeños a sentir, ponerle nombre a las emociones y aceptarlas tal y como son sin intentar modificar nada, es un trabajo largo pero muy interesante. 

Nos frustramos cuando se presenta una discrepancia entre nuestros deseos y lo que en realidad sucede. Si estamos frustrados es porque esperábamos algo que no ha pasado o porque no esperábamos algo que sí ha sucedido.  Cuando se aceptan las cosas tal como son se pueden manejar mejor. A veces cuando se deja de pelear y se empieza a aceptar que las cosas son como son, de repente algo empieza a cambiar.

Hay que perder el miedo a decir a nuestros hijos “NO”, a que se frustren, a que no les salgan las cosas como ellos/as quieren, a que a veces las cosas son como son y no como quisieran que fueran.
En definitiva es importante enseñar a nuestros hijos/as a responder  “reflexivamente” y no a reaccionar “automáticamente”.

Por cierto… esa persona tan sabía que respetó mi tristeza y me animó a sentir y llorar… era mi madre.

viernes, 2 de marzo de 2018

EL GRUPO DE IGUALES


Es evidente que el grupo de iguales (me refiero con ello al grupo de la misma edad) tiene un peso muy importante en la adolescencia. El pertenecer a un grupo tiene una fuerte carga emocional que muchas veces los adolescentes no saben como manejar.

La influencia que ejercen los/as amigos/as hay que tenerla muy en cuenta a la hora de entender muchos comportamientos de los adolescentes, por lo que el grupo de iguales ocupa un lugar muy importante en su escala de valores, tanto es así que la opinión que tenga el grupo va a ser clave en su autoestima.

Cuando estan en un grupo, dejan de actuar como personas individuales y el grupo ejerce un papel importante en como actúan nuestros hijos.

Sí es cierto que son numerosas las ventajas que proporciona el grupo de iguales: apoyo y seguridad; facilita la separación con los adultos; proporciona, entre otras cosas, ideales, valores…. Pero también tiene riesgos: el grupo puede dificultar la responsabilidad individual; las decisiones libres; facilita conductas de riesgo donde puede aparecer el consumo de drogas y/o alcohol.

Pertenecer a un grupo, ser aceptado/a, tiene un peso muy grande donde los adolescentes muchas veces hacen cosas que en la mayoría de los casos no se preguntan si realmente las quieren hacer, pero como las hacen los demás se ven impulsados a hacerlas también: "si no la hago tengo la creencia y el miedo a que no me quieran, o no me acepten" y con esa edad la sensación de sentirse solo/a es muy fuerte.

Es muy importante y necesario conocer a los amigos/as de nuestros hijos, es fundamental. El grupo de iguales va cambiando a medida que van creciendo y en los periodos de transición o cambios es cuando más atentos hay que estar (como cambios de ciclos, del colegio al instituto…).

Con los adolescentes que trabajo en el centro trabajamos mucho la diferencia que hay entre los amigos y los “colegas”. Lo único que puede que tengan en común es la edad pero la relación que tienen entre ellos es diferente, es importante ayudar a nuestros hijos a entender qué tipo de relación tienen con cada uno de ellos. No podemos elegir por ellos, pero sí ayudarles a hacer la mejor elección.

Y con todo este escenario lo más seguro es que se encuentren en situaciones donde los demás beben, fuman…donde lo pueden probar y les puede gustar, donde además está la presión añadida de pertenecer a ese grupo y no sentirse rechazados/as… No vale con frases “las drogas son malas”, que no está de más decirlo.

Por ello, es importante que como padres y madres conozcamos y sepamos quienes son esos amigos/as con nombre y apellido, sin necesidad de invadir, interrogar o cuestionar, pero sí sabiendo poner límites claros cuando se detecta o se observa que algo no anda bien en sus relaciones de amistad.

Desde pequeños, fomentar el diálogo con nuestros hijos/as es vital. Crear espacios de comunicación en casa son claves para detectar como están nuestros hijos/as. Por ejemplo, el momento de la cena es un espacio que puede facilitar la comunicación, es importante conectar con nuestros hijos/as, por eso se debe evitar la TV, el móvil y demás distracciones que quitan la presencia del otro, que es la base de las relaciones nutritivas.
Los trayectos en coche también son espacios buenos para hablar sobre todo con adolescentes ya que no hay un contacto visual directo que hace que muchas veces se sientan interrogados.

Solemos interrogar a nuestros hijos/as cuando salen del colegio y lo que nos encontramos es que suelen contar muy poco, pero la realidad es que nosotros como padres y madres a veces contamos menos que ellos. Es importante que empecemos nosotros a contar nuestro día: que es lo menos me ha gustado, los que más y lo que cambiaría del día. De esta manera nuestros hijos/as también saben que nos pasan cosas, que nos sentimos de una manera o de otra y cómo podemos resolver las cosas que nos pasan, facilitando que nuestros hijos también nos cuenten si han tenido algún conflicto y como lo han podido o no resolver.

También es importante aquellas familias que tengamos más de un hijo, poder pasar tiempo con cada uno de ellos a solas, hacer alguna actividad diferente de manera individual, hacer que ese protagonismo pueda facilitar un acercamiento, con un final del día de refuerzo positivo de lo maravilloso e importante que ha sido compartir algo con tu hijo/a.

Admitir que los padres también cometemos errores, que no lo sabemos todo y que es importante pedir perdón son elementos muy importantes a la hora de fomentar una buena comunicación.
Los roles que ejercemos con nuestros hijos/as son variados y a veces sin darrnos cuenta, más que facilitar la comunicación lo que hacemos es lo contrario. Están las madres y padres autoritarios donde el diálogo y la compresión se alejan mucho, ya que la comunicación se rige por el “y porque lo mando yo”. Madres y padres que transmiten continuamente miedo a sus hijos/as “ te vas a caer”. Madres y padres que quitan importancia a las cosas “no te preocupes seguro que mañana volveréis a ser amigos” y por último madres y padres sermones“ deberías, deberías….”.

El lenguaje que utilizamos con ellos y el tono de voz, a veces, dificulta una buena comunicación. Pensar que nos acercamos a nuestros hijos/as por dirigirnos a ellos con palabras como tío, colega… es un error. Hay que tener claro que nosotros no somos sus amigos/as sino sus madres y padres.

Otro punto a tener en cuenta es tener cuidado a al hora de indicar algo a nuestros hijos. Hay que criticar "al hacer y nunca al ser", ya que de esta manera no se ataca directamente a la autoestima. No es lo mismo decir “últimamente tienes la habitación un poco desordenada” que decir “eres un guarro/a”. Y cuidado con el siempre y nunca ya que frases que contengan estas expresiones como por ejemplo "Siempre haces todo mal" o "Nunca haces las cosas bien" contienen un componente demasiado fuerte a la hora de comunicar.

Escuchar activamente a nuestros hijos/as es mucho más que percibir sus voces con los oídos. Es pararse, escuchar sus pensamientos y detectar sus emociones.

La infancia es la clave para dotar a nuestros hijos de las herramientas necesarias para que cuando llegue el momento de encontrarse con estos conflictos  sean capaces de seleccionar, elegir y decidir. Hay que enseñarles a responder y no a reaccionar, es decir, que sean capaces de tomarse el tiempo necesario para decidir qué es lo que quieren o lo que no quieren hacer, con quién quieren estar y con quién no, donde quieren ir o donde no.

Nosotros/as somos un ejemplo para nuestros hijos, y todo empieza con una buena comunicación.

Pero que diferencia hay entre responder y reaccionar….??
Os invito a ver el siguiente post.
Y si tenéis cualquier pregunta con este tema o cualquier otro que os inquiete como madres o padres, no dudéis en dejar vuestro comentario abajo.

Un saludo,
Anais