Con las familias con las que trabajo, no sólo en el centro de
tratamiento de drogas, sino también en los cursos que imparto de reducción de estrés, les hago una
pregunta: "cuando a tu hijo/a se le cae un vaso de agua al suelo y se moja todo, ¿qué suele pasar?". Lo que pasa en la
mayoría de los casos es que les
reñimos, utilizamos frases como: “ya lo sabía, lo estaba viendo, al final ha pasado lo que tenía que pasar….” y numerosas frases similares con las que lo único que conseguimos es
descargar rabia. Esto es reaccionar.
Si pensamos en el mismo escenario pero la manera de
solucionar el conflicto es desde la calma, diciendo a nuestros/as hijos/as, ”recogelo y ten más
cuidado la próxima vez”, no sólo no estamos atacando a la autoestima, sino que
les ayudamos a darse cuenta de cosas y a ser responsables de sus actos. Esto es
responder.
La realidad es que si
reaccionamos, quien termina limpiando el agua somos nosotros/as, si respondemos
limpia el agua quien la ha tirado (responsabilidad), no adelantándonos a
solucionar continuamente la cosas que van haciendo nuestros/as hijos/as. De
esta manera dan más valor a las cosas y sobre todo les ayuda a ver que pueden
cometer errores y que los pueden solucionar de manera
responsable.
Hay que tener cuidado en ir resolviendo continuamente los
pequeños obstáculos que se van encontrando en su día a día.
La semana pasada vi a mi hija como quería dejar una cosa
donde no llegaba y mi primer impulso fue totalmente reactivo e ir a colocárselo yo misma,
pero por unos segundos pude parar, y sólo cuando ella no pudo pidió ayuda. Si se lo hubiera solucionado, mi
hija no hubiera entendido que lo tenía que intentar y si realmente no
puede, tiene la opción de pedir ayuda y de esta manera es ella quien resuelve el
conflicto. Ayer volvió a suceder lo mismo y cogió una silla, se subió y lo colocó sin necesidad
de pedir ayuda. Si yo hubiera reaccionado en la primera ocasión (colocando el objeto) seguramente mi hija hubiera abandonado y ni
siquiera lo hubiera intentado. De esta manera les ayudamos a filtrar entre todas las posibles rutas de acción y elegir la mejor, respondiendo.
De la misma manera que aprendemos a caminar, desde los
primeros pasos torpes y con continuas caídas hasta andar perfectamente en
coordinación, así aprendemos a calibrar la intensidad de nuestras emociones.
Las personas que reaccionan tienen problemas para
identificar y manejar sus propias emociones, y por otro lado las personas que responden
tienen una gran capacidad de entender
sus propios estados emocionales y los estados de los demás, son personas con
grandes niveles de reflexión. ¿A qué me refiero con la capacidad reflexiva? A pensar por
ellos mismos, a poner nombre a cada emoción que sienten, a sus pensamientos y a como se comportan.
Afortunadamente en muchos colegios se está empezando a tomar
conciencia de la importancia de la educación emocional. Es importante que desde
pequeños se les pueda enseñar a los niños/as la importancia de las emociones
para poderlas manejar, así llegarán a la adolescencia con una mayor
conciencia de ellas. Saber ponerle nombre a las emociones desde pequeños evita
muchos secuestros emocionales a medida que van creciendo. Les ayuda a entender y a manejar las situaciones con una
mayor conciencia, a aceptar como se
sienten sin la necesidad de querer cambiar nada, simplemente sintiendo.
En conversaciones que tengo con madres y padres les hago la
pregunta que cuando ven a sus hijos/as o a alguien llorar ¿qué es lo que hacen? En la gran mayoría aparece la "vena" protectora acompañada de la frase…”no llores”. Si hacemos esto no sólo decimos NO a la
conducta, sino que decimos NO a las emociones del niño/as. La realidad es que si alguien tiene ganas de
llorar hay que dejar que llore y si nuestros hijos/as quieren llorar hay que
dejarlos llorar, respetar su momento e indicarles que si quieren hablar de lo que les pasa estamos ahí para escucharlos. No censuremos algo tan natural, acompañemos a
nuestros/as hijos/as a que aprendan a poner nombre a las emociones y enseñemos como las pueden manejar, ofrecer modelos de autorregulación adecuados y
favorecer la capacidad de reflexionar que el malestar les proporciona, es una
tarea educativa que nos toca asumir.
Cuando era pequeña hubo un día donde lo único que quería hacer era llorar. Estaba en mi habitación, sola y entró una persona muy sabía y lo único que
me dijo fue “si tienes ganas de llorar, llora”, saliendo de la habitación de una
manera muy respetuosa. En ese momento
pude entender que de la única manera en la que podía resolver lo que me pasaba en esos momentos era haciendo lo que mi cuerpo me estaba pidiendo
sin reprimir, simplemente aceptando lo que en esos momentos sentía, tristeza.
Si hay algo común en todos los adolescentes con los que
trabajo es la baja tolerancia a la frustración que tienen. La manera que
tienen de reaccionar ante las cosas que no les salen como ellos quieren o
cuando tienen un “NO” por respuesta ante sus numerosas demandas, es totalmente desproporcionada. En este
sentido la educación en casa tiene un papel clave. La sobreprotección es el
peor enemigo para nuestros hijos/as.
Cuando las cosas no les salen como ellos/as quieren, les surgen
imprevistos u obtienen negación a sus peticiones....(entre otras) les resulta muy difícil autorregularse
emocionalmente reaccionando con negativismo y de forma impulsiva.
Aprender a responder tiene más que ver con el aceptar que con
rechazar aceptando que existen diferencias, desacuerdos y que habrá cosas que no gusten de los otros/as y de si mismos.
Como padres y madres en este sentido tenemos un bonito y
complicado trabajo por delante, enseñarles desde pequeños a sentir, ponerle
nombre a las emociones y aceptarlas tal y como son sin intentar modificar nada,
es un trabajo largo pero muy interesante.
Nos frustramos cuando
se presenta una discrepancia entre nuestros deseos y lo que en realidad sucede.
Si estamos frustrados es porque esperábamos algo que no ha pasado o porque no
esperábamos algo que sí ha sucedido. Cuando se
aceptan las cosas tal como son se pueden manejar mejor. A veces cuando se deja
de pelear y se empieza a aceptar que las cosas son como son, de repente algo
empieza a cambiar.
Hay que perder el miedo a decir a nuestros hijos “NO”, a que
se frustren, a que no les salgan las cosas como ellos/as quieren, a que a veces
las cosas son como son y no como quisieran que fueran.
En definitiva es importante enseñar a nuestros hijos/as a
responder “reflexivamente” y no a
reaccionar “automáticamente”.
Por cierto… esa persona tan sabía que respetó mi tristeza y
me animó a sentir y llorar… era mi madre.
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